20 abr 2009

Mi primer Asesinato




Todo animal necesita de un hábitat donde desarrollar sus actividades. El pequeño J.L. nació en Cádiz, pero cuando la familia aumento de número, los padres del pequeño decidieron mudarse de casa. Y así es como acabo en Puerto Real (A partir de ahora Muermo Real)
En la casa a la que se mudaron, tenia en los aledaños una explanada gigantesca de árboles, que la chavalería del pueblo la llamaba: El campillo.

Aquí eran donde se desarrollaban las más legendarias peleas entre las tribus del barrio, con globos de agua, pistolas de bolita, e incluso una vez solamente estaba permitido la utilización de arcos con flechas, todo dependía de la moda vigente. Recuerdo que una vez, en una gran batalla le devolví la cicatriz de la cabeza a mi hermano partiéndole el tabique nasal con un pedrolo. También existían los típicos secuestros, donde se pagaban suculentas golosinas como rescate. Una vez la tribu fue secuestrada por unos veinteañeros, y el pequeño J.L. consiguió escabullirse y delatarlos a las más altas instancias federales de la zona (Un tío que pasaba con una bicicleta por ahí)
Cada “tribu” tenia una cabaña situada en un punto estratégico del campillo. La nuestra estaba en una especie de agujero gigante que había en mitad del mismo, la hacíamos con maderas que mangábamos de las obras.
No siempre estábamos de guerra, también cultivábamos plantas y cuidábamos perros en nuestras cabañas.
Hay que destacar, la famosa Colina, donde había un árbol en su punto más alto y tenia una cuerda larguísima, atada a una bañera, desde donde se tiraban tres o cuatro cafres a la vez colina a bajo. Una vez llegado al final del trayecto, tiraban de la cuerda y se volvían a montar.
O cuando el campillo se inundaba completamente después de una gran tromba de agua, nos construíamos balsas con lo que sobraba de las cabañas y remábamos por allí. Después de la lluvia recolectábamos caracoles para vendérselo al barrio y ganarnos un dinerillo extra.

Dos cosas marcaron al pequeño J.L. para que nunca más volviera a ir al campillo. La primera de ella, fue la quema de una de las cabañas que andaba por allí, con su consecuente ida de las manos y deforestación de la mitad de la flora.
Y la otra, la presunta muerte (Pues no lo he vuelto a ver por la calle) de Alberto, el Gordo, el cual mientras nos amenazaba con un palo a tres de mi tribu, le hicimos caer en una trampa, y mientras se reía de nuestra mala puntería pues solo alcanzábamos a darle a los pies, una de esas piedras dirigida supuestamente a sus pies, dio de pleno en una lata de coca-cola, donde había un avispero, y salieron enrabietadas un porron de avispas, que empezaron a picar al gordo. Mientras se iba llorando a su casa y entre risas de los alli presentes, iba gritando: Que soy alérgico a las avispas!!!!!Que soy alérgico!!. No volví a ver al Gordo.
Descansa en Paz Gordo.

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