
Cuando era pequeño, mi abuelo me llevo una vez a la plaza España, en el centro de Cádiz. El cachondo mental de mi abuelo, mientras yo correteaba por ahí cual inocente criatura, se compró un paquete de maíz sin que yo me diera cuenta, y en un abrir y cerrar de ojos, me tiro el paquete entero y vinieron hacia mi volando cual posesos miles y millones de unos pájaros, que nunca había visto en mi vida, las cuales empezaron a acosarme, rodeándome, haciendo un ruido muy extraño y dándose empujones para zamparse uno de esos pedacitos amarillos. Fue el día que descubrí a las palomas.
Esos bichos con alas, siempre están en el momento mas oportuno, pues cuando sales a la calle bien peinado y perfumado, dirigiéndote a la cita que tienes con la chica que te gusta, no sabes como ni porque, cuando le vas a dar dos besos, ella te dice. “Se te han cagado en el hombro” ¡MIERDA! (Nunca mejor dicho) y lo peor de todo no es eso, pues a la chica seguramente después de este terrible suceso social no la volverás a ver en tu vida, lo peor de todo, es que ese polo te lo acababas de comprar el día anterior y te había salido por un ojo de la cara y es prácticamente imposible limpiar esa cagada.
Con ese movimiento incesante de cabeza, que pone nervioso a cualquiera que las vea, estos pájaros tan anormales parece que tienen dos sitios donde vivir, los monumentos, los cuales destrozan sin ningún tipo de contemplación y los lavaderos de coche. Siempre que dejo el coche limpito, es cuestión de segundos para que una manada de estos enseres me lo dejen totalmente destrozado, a base de cagadas aéreas.
El gran misterio de la vida, cómo nacen los hijos, fue descifrazo en esa plaza España, pues no los traen las cigüeñas. Y es que, cuando llega la primavera, las palomas nos alegran la vista con continuas violaciones del palomo rey, que va repartiendo amor a todas las palomas que ve a su paso, es así como me entere del sexo.
Y estos pájaros, sobreviran, y perduraran a cualquier otra raza, pues siempre, en cada plaza, pueblo o ciudad, estará la típica vieja pensionista, que se lleva media telera de pan del día anterior y se las tira para que ellas coman, tengan fuerza, y se reproduzcan por los siglos de los siglos.